EL PROBLEMA “VILA-MATAS” (3)


Jorge Carrión es un joven escritor, crítico literario y profesor universitario de Literatura Contemporánea. Enrique Vila-Matas, igualmente escritor y crítico literario, probablemente no necesita presentación.

El consagrado Vila-Matas critica, sin mencionarle, al joven Carrión.
Jorge Carrión reflexiona al respecto en una serie de artículos publicados en su blog que, tal cual, son reproducidos aquí.

¡Lean, amigos, y juzguen ustedes mismos!


Tras la lectura atenta de “El narrador idóneo” me he dado cuenta de varios temas sobre los que había ido reflexionando durante los últimos años y que paso a exponer a continuación. Lo hago desde la serenidad de quien ha pensado tanto la obra de Coetzee como la de Vila-Matas desde el mayor número de ángulos posibles; pero lo hago, también, desde la conciencia de que Vila-Matas, al escribir en El País que yo soy “un reseñista de suplemento español” con un tono despectivo que olvida que, al igual que él y como él sabe perfectamente, combino el ejercicio de la crítica con el de la creación (como él, que ha sido reseñista de películas y de libros durante tanto tiempo), y al escribir también que he hecho “de mi juventud una profesión”, a sabiendas de que hace una década que publico reseñas en suplementos culturales españoles y latinoamericanos, artículos de crítica académica en publicaciones de todo el mundo, amén de libros de ensayo, Vila-Matas ha hecho de su opinión sobre mi reseña de Mecanismos internos una cuestión personal.


Ese es el primer tema que quiero abordar: lo personal. La poética vilamatiana, en su elaboración autoficcional, ha convertido en algo habitual la mezcla de ficción y de realidad en todos sus textos, incluidos los de la serie “Dietario voluble” de los domingos en El País Catalunya. Aunque no se me escapa que “El narrador idóneo” puede responder a esa lógica y por tanto tener una gran parte ficcional, el hecho de que aluda sin mencionarnos a Kiko Amat y a mí y que el artículo se inscriba temporalmente durante el último Día de Sant Jordi me lleva a mi primer problema serio con su contenido. Según dice el narrador (que realmente comió con los autores de Anagrama aquel día y que realmente conoce mi edad porque me conoce personalmente, y que por tanto puedo identificar con el autor histórico), llegó cansado a casa tras un día de autopromoción con el libro de Coetzee bajo el brazo y se dispuso a leerlo. Al final del artículo lo sigue leyendo. Después del tiempo de la escritura. Sant Jordi fue el jueves pasado y el artículo salió el domingo: de modo que Vila-Matas no tuvo tiempo de leer el libro. O, como nos relata, no lo leyó del todo. De modo que su comentario a mi lectura se basa en un prejuicio o en una lectura muy parcial: leyó quizá el ensayo sobre Beckett y decidió pronunciarse sobre el conjunto del libro, de la obra de Coetzee y sobre mí. La única razón que se me ocurre para tal despropósito es la reseña que Marco Kunz publicó en Quimera, revista que co-dirijo, sobre Dietario voluble. Pero quiero creer que no sea tal la razón, porque Vila-Matas es un escritor maduro, que no confunde la opinión de un crítico (él diría “reseñista de revista española”) con la del consejo de dirección de esa publicación. Pero quién sabe, porque efectivamente tal confusión es coherente con una poética en que ficción y realidad se confunden conscientemente, en que el mundo literario se convierte en mundo personal, en que la distorsión constante –entendida como ajuste de cuentas con lo que en lo real hay de disgustante– es el motor de la obra.


El segundo tema que se desprende de ese extraño artículo guarda relación con eso: la figura del “intelectual” y cómo éste se relaciona con la realidad. Observo cierto grado de confusión acerca de qué significa o quiere significar tal palabra en el artículo. Supongo que quiere decir “crítico”, porque Coetzee es crítico (reseñista) del New York Times, igual que Vila-Matas es crítico (reseñista) de Babelia, igual que yo soy crítico y reseñista de ABC de las Artes y las Letras. Coetzee escribe sobre todo acerca de literatura, es profesor de literatura y crítico literario, aunque sus intereses profesionales y personales lo han llevado al estudio de la historia y de la sociología. Me parece que “intelectual”, en el sentido más habitual del término, como alguien que en la tradición de Émile Zola o Thomas Mann entiende que su función social como escritor es, al tiempo que crea una obra literaria y de ficción, opinar sobre los derroteros socio-políticos de su tiempo, es una etiqueta más aplicable a Vila-Matas que a Coetzee, pues como se desprende de la lectura de Dietario voluble, lo político, lo urbanístico, el turismo o la gestión cultural son temas sobre los que el narrador/autor se siente legitimado para sentar cátedra. Queda por decidir si el contenido de la obra vilamatiana es “intelectual”, en el sentido más noble del término, algo que se vincula con el espíritu y con el entendimiento, con las ciencias y con las letras, con la reflexión teórica, como lo es la de Coetzee (no voy a detenerme en lo que “El narrador idóneo” dice sobre Elizabeth Costello, cualquier lector de ese libro o de Diario de un mal año o de La vida de los animales sabrá que eso de “superar los límites de la ficción pura” es una trivialidad, que se contradice con la supuesta herencia beckettiana).


La afirmación sobre el lugar simbólico de Coetzee es todavía más discutible. “Anglosajón”, de las cuatro acepciones de la RAE, se utiliza habitualmente para designar a “los individuos y pueblos de procedencia y lengua inglesa”, es decir, la literatura sudafricana y la literatura australiana son igualmente anglosajonas. El espacio simbólico que Coetzee ha creado como paradigma de lectura de su obra es anglosajón, pero sobre todo post-colonial, y ha encontrado en autores europeos y sobre todo germánicos la forma de enlazar ese lugar y esa actitud con cierto espíritu literario de la primera mitad del siglo pasado. En Tierras de poniente, su primera obra, él crea una genealogía estrictamente sudafricana en la que ubicarse conflictivamente, pues denuncia en su propio adn, en su padre, en sus antepasados, el racismo, el abuso de poder, el imperialismo holandés y británico, incrustados textualmente en unas páginas que él critica pero asume. Sólo así se entiende el brutal final de Desgracia: que la hija blanca asuma y justifique el embarazo fruto de la violación por parte de criminales negros.  Su posición es claramente post-colonial. Por eso, pese a que en su  primera obra hable de Vietnam y cree un puente fundamental con los Estados Unidos, pese a las afinidades con Bellow (a quien cita en su primera obra, a quien encontramos en Mecanismos internos) o con Beckett, Coetzee ha leído fielmente a Nadine Gordimer y ha construido una obra constantemente anclada en Sudáfrica. Tierras de poniente es de 1974, y como recuerda su autor en el ensayo “El trabajo del censor: la censura en Sudáfrica” al año siguiente se hizo oficial la Ley de Publicaciones, cuya legislación él había simbólicamente vulnerado el año anterior, de modo que su opera prima se inscribía en un debate local de gran importancia: qué se puede decir y qué no, cómo hacerlo, cuando lo que está en debate es la problemática historia de tu país, que tú vas a abordar críticamente en tu obra literaria. Una historia post-colonial: en 1986 se data Foe, su re-escritura de Robinson Crusoe en clave racial y de género, donde se ve claramente la bidireccionalidad de la obra de Coetzee: de Sudáfrica a Europa, de la ex-colonia a la metrópoli, de las orillas del inglés a su supuesto centro. Y la pluralidad de sus modelos: varios autores sudafricanos, europeos y norteamericanos, además de artistas y directores de cine. Una obra que coincide plenamente con la posmodernidad.


Un pasaje final de Juventud nos lleva quizá a la clave de todos estos malentendidos: Coetzee relata el momento en que descubre que Beckett Watt escribió también novelas, lee fascinado (“no hay conflicto, únicamente el flujo de una voz contando una historia, un flujo continuamente asaltado por dudas y escrúpulos, con el ritmo exactamente acompasado con el ritmo de la mente”) y después hace una lectura sociológica: “en Beckett no hay clases, o, como él preferiría, Beckett es un desclasado”. La duda y el escrúpulo, en la obra de Coetzee, son una elaboración de la herencia beckettiana: en la ficción, es uno de sus mayores aciertos; en el ensayo, si se produce, es una simulación: porque Coetzee no duda, como profesor universitario, sobre sus juicios y sus lecturas. La duda y el escrúpulo, en la obra de Vila-Matas, son un feliz hallazgo fruto de lecturas dispares, le condujeron a una forma muy original en el panorama de los setenta y los ochenta de conectar con la literatura española con la literatura europea contemporánea, pero no es una simulación: tiene una verdad psicoanalítica y, sobre todo, revela dudas reales, profundas, sobre el conocimiento literario. Más aún: tiene relación con un problema de clase, porque la clase está en la literatura, aunque te intente disimular en el universo literario que, al cabo, se construye a partir de ella (los orígenes). No hay más que analizar la topografía de Barcelona en la literatura vilamatiana para darse cuenta de ello.


El narrador idóneo”, en fin, es un texto que resume un modus operandi. Tiene seis párrafos: el más largo –el último– está dedicado a la divagación poético-astronómica; el más corto, a desacreditarme como lector. ¿Por qué? Porque, como ocurre en sus novelas, Enrique Vila-Matas tiene un gran talento para la inventio, pero no posee argumentos suficientes para discutir seriamente sobre literatura. Lo más inquietante es que al alinearse con Coetzee y con Vargas Llosa (el único argumento de autoridad del texto, muy poco adecuado desde el punto de vista propiamente retórico), a quienes nombra (al contrario de lo que hace con Amat y conmigo, en una actitud no sólo descortés, sino también imperial) imprime a esos párrafos insuficientes un atrincheramiento generacional inquietante. Parece sugerir Vila-Matas que los jóvenes, aunque lleven una década escribiendo profesionalmente sobre literatura, tienen que limitarse a la reverencia y al aplauso. Quizá lo diga porque su literatura, al contrario que la de Coetzee, no admite la lectura intelectual y crítica; una vez superada una primera fase de interés, incluso de deslumbramiento, te das cuenta de que hay en ella hibridación de temas literarios, cierta capacidad para la sorpresa y la maravilla, mucho oficio, conexión parcial con algunas poéticas contemporáneas de primer nivel, pero no un camino hacia el conocimiento. Porque este sólo se puede conseguir mediante la interrogación crítica y Vila-Matas, en sus textos, intenta una y otra vez su desarticulación, su destierro.

Jorge Carrión
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