LOS ABRAZOS ROTOS

Abrir los ojos, tomarse unos segundos para reconocer la habitación, tomar conciencia de donde estaba, de donde había estado la noche anterior.
A su lado, desnuda, medio destapada, absolutamente bella, Laura dormía plácidamente.

Le acarició la cabeza como peinándola el flequillo, y las mejillas. Las tetas tibias, el vientre acogedor, los muslos fuertes y estilizados.
Le acarició los labios entreabiertos con apenas un beso y se retiró a la ducha. Primero fría e inmediatamente después caliente hasta el límite. Cinco, diez, quince minutos sintiendo la presión del agua sobre la nuca, sobre la espalda.

Al regresar a la habitación la cama vacía y ni rastro de Laura excepto una nota sobre la almohada escrita en el papel timbrado del hotel: «Gracias».
Sólo eso, sólo una palabra, sólo un «Gracias» escrito en mayúsculas. Ni un teléfono, ni una dirección, ni una pista de cómo o dónde localizarla.
Un cigarrillo frente al ventanal: el penúltimo de la cajetilla. A una lado toda una ciudad como Barcelona ya entregada al ajetreo matutino de cada día. Al otro el mar, inmenso, silencioso, calmo.

Al taxista apenas una frase: «Compte Borrell 83, por favor», y en apenas 25 minutos ya estaba abriendo la puerta del piso. La radio del despertador en marcha… ¿Carlos?. Sin respuesta. La cama sólo deshecha del lado de Carlos. Sobre la almohada una nota: «Anna, no está funcionando. Regreso a Madrid. Por favor no me llames.
Instintivamente «Carlos», «Llamar»… «El teléfono está apagado o fuera de servicio»… y así cinco, diez, quince veces…

Un cigarrillo, el último de la cajetilla, frente al balcón. En la marquesina del bus un póster nuevo: «Los Abrazos Rotos», de Pedro Almodóvar, con Penélope Cruz y Lluis Homar.

Pau Diaca
«Solitud»
Ed. Alfinaldelarambla, Barcelona 2008.