Hoy, 23 de abril de 2007, Día Internacional del Libro, fiesta mayor de la lectura, el poeta Antonio Gamoneda ha leído su discurso al recibir el Premio Cervantes de 2007 destacando la pobreza como el origen de su poesía.
Conozco poco a Gamoneda, apenas he leído «Libro de frío», suficiente por otra parte para acceder al árido, que no estéril, paisaje poético de Gamoneda.
Valga como muestra y como invitación unos versos pertenecientes a «El vigilante de la nieve»:
"No tengo miedo ni esperanza. Desde un hotel exterior al destino, veo una playa negra y, lejanos, los grandes párpados de una ciudad cuyo dolor no me concierne.
Vengo del metileno y el amor; tuve frío bajo los tubos de la muerte.
Ahora contemplo el mar. no tengo miedo ni esperanza."
Para presentar mínimamente Gamoneda, tomo nota aquí de la contraportada de la edición revisada de 2003, de Siruela:
>> Antonio Gamoneda se aproxima a los últimos bordes de la experiencia, aló donde la comprensión no alcanza, y la hace transitable, la puebla con alas de gavilán, robles musicales, frutos negros. El lector que entra en este paisaje no necesita descifrar cada símbolo como si fuera un número. Los enigmas de la poesía de gamoneda son, por el contrario, los que ponen nombre a la realidad interiorizada del lector, cubriéndola de verdad y de conocimiento.
"Libro del frío" se presenta como un viaje: comienza con la descripción de un territorio ("Geórgicas"), señala luego la necesidad de partir ("El vigilante de la nieve"), se detiene en el miedo ("Aún"), busca amparo en la piedad del amor ("Pavana impura") y alcanza el descanso ("Sábado"), la víspera de una desaparición que puede ser muerte blanca o principio de la serenidad.
"Frío de límites", los veinte poemas que se incorporan a "Libro de frío", representa una ampliación del espacio que, en el libro, se abre a la contemplación de la inexistencia. Es la reunión de los últimos símbolos ante la luz de la desaparición.
Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931) reside en León desde 1934.
Además añado, confío que que a El País no le importe, una entrevista que este diario publica hoy en su formato web:
>>Pregunta. ¿Qué cree que pensaría su madre de todos estos fastos?
Respuesta. Conociéndola, se sentiría simultáneamente orgullosa e intranquila. Pensaría: "¿Esto le va a cambiar la vida a mi hijo?".
P. ¿Y se la va a cambiar?
R. En un mes cumpliré 76 años. Ya no hay ni tiempo ni intereses que puedan hacerme modificar mi manera de estar en la vida. Eso sí, llevo algunos meses con más agitación de la que me conviene.
P. ¿Va a retomar las memorias que interrumpió cuando le concedieron el premio en noviembre pasado?
R. Sí, las retomaré, aunque sea para destruirlas. Están teóricamente acabadas, pero quiero tenerlas lejos de mí y están bajo llave. Estos meses me han servido para tomar distancia. No les he puesto el ojo encima para que la lectura no esté contaminada por la escritura.
P. ¿Se siguen titulando Un armario lleno de sombra?
R. Sí, aunque a los que conocen la primera versión el título no les gusta nada. Pero yo estoy encabezonado con él.
P. Ese armario existió realmente ¿no?
R. Es un armario en el que mi madre guardaba, cómo diría, los objetos testimoniales de su intimidad, aparte de ropa. Una pequeña manía que tenía es que ese armario sólo lo abría ella. Un día, dos o tres años después de muerta, lo abrí yo. Tuve una experiencia muy impresionante: al abrirlo me llegó el olor de mi madre viva. Estaba en las ropas. Mi madre... viva.
P. ¿Sus memorias llegan hasta el presente?
R. No, son memorias de infancia. Empiezan en 1936 y llegan exactamente hasta el día que cumplo 14 años, pero he acumulado lo que yo llamo recuerdos heredados, que son los que me transmitió mi madre de nuestra vida anterior a mi posibilidad de recordar.
P. ¿Qué pasó a los 14 años?
R. Por un lado, me pareció un límite natural de la infancia. Por otro, a los 14 años y un día, a las cinco de la mañana yo empecé a trabajar de meritorio en el Banco Mercantil. Fue un corte. Los estímulos, buenos y malos, que empezó a recibir mi sensibilidad cambiaron.
P. ¿Recuerda todavía ese día?
R. Perfectamente. Salí a las cinco menos cuarto de la mañana de casa, regresé a las dos y volví al banco a las tres y media a empezar la segunda fase de mi trabajo, que era la de meritorio, una tarea que se pagaba en promesas. Por la mañana cargaba carbón para la calefacción. Pero esto ya no está en las memorias. Es el día siguiente.
P. ¿Y cómo recuerda la guerra?
R. Incluso una criatura se daba cuenta de las cosas. Aunque León no fue ciudad de combate, fue tomada desde el principio por los nacionales y se convirtió en uno de los centros de represión más fuerte de España. Había un gran penal en el actual Hotel de San Marcos.
P. Usted vivía cerca.
R. Sí, entre las vías del ferrocarril y el penal, en el casi único barrio obrero de León. Desde allí se oían los gritos de las mujeres cuando a las tres de la mañana iban a sacar a los hombres de casa. Estaba eso y estaban los problemas para sobrevivir, la pobreza.
P. Precisamente, usted ha adelantado que en el discurso de recepción del premio hablará de la pobreza de Cervantes.
R. Algo habrá de eso, sí. Si bien es casi un tópico referirse a la pobreza de Cervantes en relación con su vida, yo voy a intentar plantear la posibilidad de que esa pobreza se manifieste también en su obra.
P. Usted siempre ha sostenido que la poesía no pertenece a la literatura...
R. La literatura está en la ficción, que puede ser maravillosa, pero la poesía es una realidad en sí misma. La poesía no es literatura. Contiene nuestros goces y nuestros sufrimientos, y esa relación con la existencia le da un carácter que va más allá de los géneros. Por eso también hay poetas literatos y novelistas poetas.
P. ¿Qué sería Cervantes?
R. Un poeta, sin duda. Su modernidad consiste en que incrusta la poesía en la narrativa. En poesía los géneros no significan demasiado, son divisiones académicas. La obra de Cervantes no es literatura, es vida. De ahí que yo intente reforzar la relación que, en su caso, hay entre la vida y la obra, que no sería ficción, sino una emanación de la vida. También de la pobreza.
P. ¿Y cómo es hablar de la pobreza en un auditorio en el que estarán todos los poderosos de España, de los Reyes para abajo?
R. Intentando, intentando simplemente que de mi exposición se deduzca que existe algo que podríamos llamar la cultura de la pobreza, y que hay en ella algunos rasgos diferenciables de los que tiene la obra de escritores que parten de una situación acomodada. No es lo mismo el poeta que se encuentra al nacer con una biblioteca familiar espléndida que el que no tiene libros.
P. De hecho, usted aprendió a leer en un libro de poemas escrito por su propio padre, el único que había en su casa.
R. Sí, porque las escuelas estaban cerradas. Era 1936 y yo quería aprender a leer. Dando la lata a mi madre y a quien pillase fui aprendiendo a distinguir los signos de una forma dificultosa y privilegiada al mismo tiempo, porque no es lo mismo aprender en esos catones de frases repetidas que hacerlo en una escritura que lleva consigo una carga musical.
P. Volviendo a los poderosos, ¿qué pensó cuando algunos dijeron que le habían dado el Cervantes porque el presidente Zapatero es amigo suyo?
R. (Se ríe) El padre del presidente del gobierno y yo somos amigos desde antes de que naciera el presidente. Esas opiniones no me dieron demasiado disgusto porque estoy seguro de que ese tipo de relación o de causa no existe. El presidente tiene cosas mucho más importantes y urgentes que hacer que ocuparse de eso. Aunque me tenga afecto. Con Zapatero no he hablado nunca de poesía, y no digamos de premios.
P. Toda su obra es de un pesimismo radical, pero su último libro, Cecilia, dedicado a su nieta, es más luminoso. ¿Es una reconciliación con la vida?
R. No hay cambio en lo que concierne al lenguaje poético. Eso sí, la aparición de Cecilia en un momento en el que, por edad, yo no esperaba grandes cosas fue una aparición muy importante. No tanto por cariño o por ternurismo, aunque lo haya, sino por algo que es muy difícil de comprender aunque yo lo diga cargado de sinceridad: me he sentido vivir en esa criatura. Más que consolador, ha resultado muy revitalizante.
P. ¿Ya no piensa que siempre se escribe desde la perspectiva de la muerte?
R. Sí, pero mi disconformidad ante la muerte se ha cargado de conformidad. Hay otro ser que, en alguna medida, me parece que soy yo y que va a seguir viviendo.
[Fuente: El País]