Desde Marco Polo han prodigado en nuestras literaturas grandes relatos sobre el viaje del occidental a Oriente en busca de fortuna. Las grandes rutas comerciales de la seda y las especias funcionaron desde sus inicios como vías de intercambio culturales entre la vieja Europa y lo que para los occidentales era el exótico y lejano Oriente.
Dentro de esta literatura que daba fe de los grandes viajeros en busca de productos, en 1996 el italiano Alesandro Baricco sentó cátedra en este tipo de textos con “Seda”, un breve y delicadísimo relato sobre el primer comerciante europeo que se adentró en Japón en busca de los preciados gusanos de la seda.
En 2003, siguiendo los pasos de Baricco, el francés Fermine Maxence se atrevió con “Opio”, un relato con pretensiones que nos acercaba las vicisitudes del primer importador de té blanco: el té más preciado por el consumidor británico del siglo XIX.
Tras la seda y el té, en el 2004 llegó el turno del café en forma de novela polifónica, pseudo relato de viajes y semi espiritual: “Los siete aromas del mundo”.
Novela polifónica porque Alfred Bosch concatena siete relatos en los que siete narradores diferentes aportan sus diferentes perspectivas sobre el Félix Dufoy que cada uno de ellos ha conocido o tenido noticia en algún momento de su vida.
Félix Dufoy, personaje al que el lector nunca conocerá de primera mano, es el nexo de unión de los siete relatos: él y su incesante búsqueda, por medio mundo, de las mejores semillas de café posibles a mediados del siglo XVII.
Novela pseudo relato de viajes porque el lector puede seguir las vivencias de Dufoy efectivamente por medio mundo, desde Londres a Pernambuco (Brasil) pasando por Estambul, Arabia Feliz (Yemen), Abisinia (Etiopía), Nigeria y París. Cierto. Sin embargo el lector no podrá hacerse una buena idea de las regiones porque Bosch las utiliza como marco para las narraciones pero siempre superficialmente, sin bajar a la descripción de las geografías, ni de las costumbres, ni de las diferencias respecto su tierra natal…
Un lector que no tenga una ligera imagen previa de cada uno de los siete escenarios geográficos finiquitará la lectura sin distinguir demasiado entre Arabia Feliz, por ejemplo, y Pernambuco.
Novela semi espiritual porque retrospectivamente podría deducirse que el viaje por los siete confines ha significado para el misterioso y particular Dufoy un camino de superación, expiación o purificación personal.
En “Los siete aromas del mundo” cada aroma está asociado a una geografía, a un narrador vinculado a esa geografía, y, magnífica atención de Bosch, a un tipo de relato asociado a esa geografía que más o menos discretamente inserta en el discurso de cada uno de los narradores.
Viajes, viajeros, personajes, paisajes exóticos… de todo hay en “Los sietes aromas del mundo” excepto justamente eso: “aromas”. Si bien Bosch acumula intriga sobre el hecho que el personaje Dufoy, incansable buscador del café más puro, jamás lo haya probado pero sea finísimo experto en su aroma, no aparecen en el texto descripciones que hagan honor al nombre tal como sí las encontramos por ejemplo en el ya clásico “El Perfume” del alemán Patrick Süskind.
Siete relatos perfectamente entrelazados alimentando una intriga muy acertadamente resuelta tan sólo en el último capítulo, fragmentos lúcidos, oportunas referencias culturales y geográficas y, sobre todo, una lectura rápida y amena, sin episodios oscuros o páginas de relleno. Una buena lectura para disfrutar relajadamente junto a una magnífica taza de café y recorrer el mundo sin moverse de casa.