Moby Dick: un logro fuera de lo común

MOBY DICK

La historia de Moby Dick, la terrible ballena blanca, es una de aquellas historias que forman parte de nuestro imaginario común. ¿Quién no ha oído hablar jamás de Moby Dick? ¿Quien no ha leído en su juventud alguna se sus versiones ilustradas con impresionantes estampas marinas de la gigantesca ballena cayendo sobre los botes de los balleneros o mostrando la terrorífica pierna de marfil del capitán Ahab?

En efecto, Moby Dick forma parte, sin ningún tipo de duda, del imaginario común occidental, una historia lejana, un recuerdo de infancia o juventud, como los cuentos de “Las mil y una noches”, “Las Maravillas de Marco Polo”, o el legendario “Miguel Storgoff” de Julio Verne.

Pero una cosa es el Moby Dick que recordamos de las historietas ilustradas, y otra muy diferente el texto desarrollado en la novela.

La novela comienza con el célebre “Pueden ustedes llamarme Ismael” a partir del cual 135 capítulos describen la historia del viaje de un barco ballenero, el Pequod, alrededor del mundo.

Oficialmente el objetivo del viaje es la caza de ballenas para la extracción de su aceite. Oficiosamente el único objetivo del viaje es la persecución, caza y muerte de Moby Dick, la famosa ballena blanca, por parte del obstinado y obsesionado capitán Ahab.

Como es de sobras conocido, el motivo de tan obcecada persecución es vengar la pierna que la ballena arrebata al capitán en su último encuentro.

Es cierto que Moby Dick explica la obsesiva persecución de la ballena blanca por el impacable capitán Ahab, pero también es cierto que durante capítulos y capítulos, este clásico describe hasta el agotamiento el día a día de un barco ballenero de mediados del siglo XIX, los preparativos del viaje, la circunnavegación del planeta, la arriesgada caza, el despiece de las capturas y su transformación en aceite para lámparas…

Toda esta carga descriptiva hace que la lectura de Moby Dick no sea, en absoluto, una lectura fácil y “adhesiva” de un bestseller de principios del siglo XXI. De hecho, comparada con los bestsellers actuales, la historia lineal de Moby Dick podría llegar a ser, sin demasiados miramientos, una novela espesa, aburrida e ilegible para un lector contemporáneo sin que ello signifique que la novela sea, efectivamente, espesa, aburrida e ilegible.

Y es que, Moby Dick no es una historia de aventuras, o al menos no una historia de aventuras convencional tal y como hoy la entenderíamos.
Tampoco es un libro de viajes aunque, permítaseme la contradicción, es esencialmente la historia de un viaje.
Melville se sumerge en las profundidades del ser humano y, desde la narración del “anónimo” Ismael, va separando los diferentes tonos del mal, usando para ello ballena y capitán, así como tomando parte en los que son los grandes temas de la historia de la humanidad.

La incursiones eruditas del “anónimo” Ismael son la voz de Melville, su perspectiva sobre el hombre, la literatura y la historia.
No es posible afrontar la gran novela de Melville sin atender a su crítica al “gran hombre blanco” (y americano) que se cree superior al resto de razas, sin contemplar el trato igualitario que reciben creencias religiosas de signo distinto en una sociedad (americana) eminentemente católica, sin asomarse a los detalles más mínimos y substantivos de la esencia del hombre solo, del hombre ante la naturaleza, del hombre ante el hombre.

Harold Bloom, una de las voces más autorizadas de los últimos tiempos en materia literaria, afirmaba que “Moby Dick es el paradigma novelístico de lo sublime: un logro fuera de lo común”

Pero cambiemos de tercio. Como no podía ser de otro modo, Moby Dick saltó de las páginas de Melville a la gran pantalla.

El primero en aventurarse fue Millard Webb en 1926. Adaptó la historia de la gran ballena blanca en The sea beast, aún en cine mudo.
En 1930 fue Lloy Bacon quien se acercó a Melville con Moby Dick. Firmando la primera versión sonora.
En 1936 Richard Thorpe rodó Last of the pagans y, finalmente, John Huston firmó, en 1956, Moby Dick

Es esta última, la versión de Huston, la que más se relaciona con el texto. De hecho es, que yo haya podido averiguar, la única disponible en dvd y, consecuentemente, la única disponible.

La Moby Dick de John Huston es una buena adaptacióin del texto de la novela. Por supuesto, Huston resume casi 130 capítulos en apenas 15 segundos de cinta, pero salta a la luz que, desde la perspectiva de Hollywood, no tiene demasiado interés el día a día de un barco ballenero durante tres años… Huston adapta el primer capítulo, los tres últimos y algún que otro pasaje del resto de la novela, es decir, lleva a la gran pantalla lo que el Moby Dick de Melville tiene de relato de acción, y poca cosa más.

Posiblemente el gran logro de la versión cinematográfica sea respetar la narración, es decir, mantener el relato en primera persona tal y como lo hace Melville y que dota a la película de un cierto aire de realidad… “yo que estuve allí os puedo contar que…”

Quizá el handicap en 1956 fuera construir una ballena blanca que no desemereciera el resto de la cinta, que no le restara crédito.
Aparecen ballenas en dos ocasiones. En la primera la misma imagen de una ballena común se repiten una y otra vez. Sin embargo, las imágenes de la gran ballena blanca que, por cierto, no es una ballena sino un cachalote, a pesar de notarse los efectos especiales, son bastante coherentes y reales execepto, tal vez cuando de buenas a primeras el enorme cachalote avanza en horizontal con la gran boca abierta como si fuese una serpiente de agua…

Se trata de una cinta de 1956. Ello implica que el concepto de interpretación era, en comparación con el que hoy acostumbramos a ver, ingenuo.

Una de las primeras escenas de la película, cuando los marinos se encuentran en la cantina e improvisan una fiesta, es, desde la perspectiva actual, prácticamente infantil. Los actores sobreactuúan y, pasados los años, nos aparecen como totalmente inverosímiles.

Mención a parte merece, claro está, Gregory Peck.
Todos parecemos estar de acuerdo que, sin restarle méritos al gran actor, no era el perfil adecuado para interpretar un personaje de la furia interna del capitán Ahab. Los espectadores estamos tan acostumbrados a ver a G. Peck interpretando personajes pacientes y más bien pánfilos, que por mucho que en Moby Dick ponga cara de malo y simule brotes de cólera, no acaba de transmitir (de hecho ni empieza) la energía que el capitán Ahab de Melville genera en cada movimiento.

Uno de los puntos de tensión mejor conseguidos en la película es, curiosamente, en tierra firme y sin que aún se tenga noticia de Ahab, pero claro, el padre Marpple aparece interpretado, desde lo alto de su púlpito-proa, nada más ni nada menos que por un Orson Wells especialmente inspirado.

Es una buena adaptación de la novela, sí. Sin embargo, resumir la novela en apenas cuatro capítulos le resta “fondo”, le resta entender algunos comportamientos de la tripulación que le dan cuerpo y razón de ser a la persecución.

Además, los dos polos del texto son las distintas figuras del mal. El mal natural no comprensible racionalmente como el de la ballena y el mal de la obsesión, el de la soberbia humana.

Dado el recorte de la novela, Moby Dick deja de ser un mal “subterráneo” pero presente, un mal inevitable, un mal incontestable, a ser sencillamente una cuestión de orgullo por parte del capitán: “la ballena me ha arrancado una pierna, voy a vengarme”.

Por otra parte, el mal humano, ese orgullo y esa necesidad de venganza encangrenados en el espíritu del capitán Ahab de Melville, aparecen en la cinta, como ya he comentado, descafeinados y sin fuste.

Efectivamente es una buena adaptación de la novela, además rodada en parte en Gran Canaria, pero con respecto al texto pierde toda su intensidad y su fuerza y se diluye en una buena historia de aventuras.


 

3 comentarios en «Moby Dick: un logro fuera de lo común»

  1. En el film de Houston, el guión adaptado es del propio Houston junto a… ¡Ray Bradbury! Sé que todo es opinable. A mi juicio es un gran guión de una gran novela. Pero convengamos en que TODA la novela de Melville resultaría definitivamente infilmable -o se convertiría al menos por momentos en un documental del Animal Planet.

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